"Navidad en Viena, entre Sisí y el diseño"
Viena, cuando se acerca la Navidad, vive inmersa en una atmósfera atemporal, una atmósfera que le confiere el aire de tierra de nadie y tiempos irreconocibles. Viena estalla, durante el Adviento, en una sinfonía de agradable digestión. Paseando por esta romántica ciudad da la impresión que vive sumergida en una dualidad intemporal. El viajero que se deje llevar por sus pasos sin ninguna intencionalidad ni objetivo, terminará por tropezar con lo que aparentemente son mundos antagónicos viviendo en perfecta armonía. Mundos paralelos de hedonismo arquitectónico, gastronómico, musical… Viena baila perpetuamente un vals que se escribe a sí mismo con cada compás, con cada giro de la pareja de bailarines. Pasado y futuro abrazados y girando en vertiginoso baile. Lo curioso es que la danza tiene ritmo, cadencia, consistencia. Aunque a los vieneses “respetables” se les antoje que su ciudad cambia demasiado rápido y digieran fatal los nuevo edificios que surgen a orillas del canal del Danubio. El Imperio de las pompas y las emperatrices melifluas desapareció para no volver, y el nuevo imperio surge bajo sus pies a cada instante. Ese es el imperio del futuro, el que sin olvidar el pasado reconoce nuevos horizontes en los que expandirse y desarrollarse. Un imperio que surge no de iniciativas y conspiraciones palaciegas si no que lo hace de iniciativas particulares, a veces auxiliadas por la municipalidad, por asociaciones o simplemente por la garra de quienes sin caballos ni marchas rimbombantes perfilan el futuro de una ciudad que ha dejado atrás el pasado y mira de frente y con la cara muy alta el futuro que se le ha venido encima.
Viajaba por primera vez a Viena con el espíritu previamente derrotado, imaginando que deambularía durante unos días inmerso en una ciudad decadente, cuajada de palacios barrocos y acechado perpetuamente por el espíritu de la emperatriz más cinematográfica de la historia y, felizmente, tropecé con una ciudad que se reinventa cada día a sí misma. Y, no sólo eso, una ciudad que tiene el orgullo de que es su ciudadanía quien la reinventa. Desde la controversia, desde el diálogo no exento de puntos de vista antagónicos. Una ciudad que ya no es capital de ningún Imperio, ni falta que le hace. Ahora sólo me queda esperar la llegada de la primavera, regresar a Viena y, sin que el gélido aire que llega del Danubio en diciembre me congele las ansias exploradoras, pasearla como hay que reconocer las ciudades. Sin mapa, sin brújula, sin objetivos. Caminarla y dejarme enamorar por sus silencios y sus bullicios, su presente y, por qué no… también su pasado. (...)
Fuente: www.fronterasdepapel.com